Vivir consiste en construir futuros recuerdos (Ernesto Sábato)
Recordar consiste en construir pasadas vivencias (Josef Manwell)

jueves, 8 de julio de 2010

Sócrates

Cuando bajé, ellos ya me esperaban en el portal. Al lado del señor Roshental, con una media sonrisa que buscaba revancha, Sócrates observaba cómo yo acudía a otro de nuestros maitines inusualmente jovial.

-Buenos días Sr. Roshental. Sócrates ¿cómo estás?

-Que disfruten del paseo, señores- dijo Roshental mientras volvía a sus quehaceres cotidianos.

Sócrates no había contestado, y antes de que llegara a su altura, ya caminaba por la acera sin esperarme.

-Sócrates, espera. No te enfades- No le gusta que le llame por ése nombre, pero yo tengo la impresión de que se ajusta mucho más a su personalidad que el suyo.

Durante un largo trecho caminamos sin sacar ningún tema, como esperando que el otro mostrara las armas que había preparado durante la noche. El día anterior, la conversación quedó en tablas, y yo, como seguro que él también, había elaborado argumentos nuevos.

-Vale, vale -consentí al fin- Olvídate de Kierkegaard y de los pobres franceses a los que culpas de mi perpetua melancolía. Pero tendrás que admitir que aunque los dos paseamos por el mismo trayecto, de él extraemos distintas sensaciones, y las emociones que experimentamos también son distintas, y condicionan nuestra forma de actuar. ¿O me quieres decir que los dos hemos sentido lo mismo al cruzarnos con esa joven?

La suavización de mis argumentos le animó en cierta manera y admitió determinados aspectos de la subjetividad humana que ayer negaba categóricamente. Después se internó en el parque y yo le esperé sujetando las dudas con las dos manos. Cuando regresó deshicimos el camino parando cada poco para explayarnos en aclaraciones y ejemplos que enriquecían nuestra conversación. La acalorada discusión del día anterior, había dado paso a esta fructífera mañana en la que conseguimos acercar nuestras posiciones. Las ideas aportadas por uno y otro tejían una alfombra epistemológica que nos condujo a casa.

Me despedí de él frotándole los rubios cabellos, y como un niño tímido, se revolvió azorado. El Sr. Roshental se quedó con él, y yo, satisfecho, subí a descansar a mi apartamento.

Cierto escritor dijo una vez que el hombre más inteligente que había conocido, no sabía leer ni escribir. Como él, también puedo decir que el hombre más inteligente que conozco, tampoco sabe ni leer ni escribir, además, ni tan siquiera es un hombre. Es un Labrador Retriever.

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