Vivir consiste en construir futuros recuerdos (Ernesto Sábato)
Recordar consiste en construir pasadas vivencias (Josef Manwell)

domingo, 26 de septiembre de 2010

De la confianza

Busco el sueño reparador después del viaje, pero el insomnio se hace cómplice de un cruel cansancio que me inmoviliza en la cama con una presa de lucha oriental. El recuerdo de la voz del anciano se acompasa con mis sienes que palpitan aceleradamente y revivo el trayecto que me devuelve sus curvas y baches. Entonces pienso en ellos, esos pobres canopes aplastados en el asfalto y que, por alguna extraña razón que no logro alcanzar, el conductor no evita. Y me pregunto por qué no huyen al ver el auto, cómo su elevada inteligencia y desarrollado instinto no les avisan del peligro vital, y quedan fosilizados en una obscena lección de filogenia. Durante el resto de la noche, me dejo mecer por la duda y decido recurrir a Tilos Adsford para que acabe con ella.
A pesar del sueño, madrugo. Mientras espero en la antesala de su despacho, en el Museo de Ciencias Naturales, bajo los escrutadores ojos de un Darwin que me recuerda al anciano del coche, invento motivos que justifiquen mi visita, pues hace tiempo que no nos vemos. El enérgico abrazo con el me que me recibe, espanta mis miedos. Tras las preguntas protocolarias, se extiende sobre los últimos estudios paleontológicos en los que se encuentra inmerso, y yo escucho con atención. No me resulta difícil aprovechar la conversación para disipar mis dudas y planteo la pregunta. Como buen profesor, no me deja sin respuesta, pero sus pupilas se alían conmigo:
-Los canopes han acompañado al ser humano a lo largo de la historia, lo que, unido a su gran inteligencia innata, les ha facilitado una casi perfecta socialización y compresión de nuestro comportamiento. Probablemente, no pueden sospechar que el vehículo, lleno de personas, vaya a hacerles daño. No creo que sea un problema de ignorancia, Josef, sino más bien, de exceso de confianza- sus pupilas respiraron aliviadas, satisfechas por el discurso.
No quiero ofender su reputación, simulo un convencimiento que se derrama entre los dos, por el suelo, y cambio de tema, buscando la despedida.
Decepcionado y resignado me dirijo a casa, mientras la imagen de mi propio cuerpo estampado sobre la carretera, me roba la razón. Y en ése momento, como un improbable canope listo, me aborda la enferma desconfianza en la gente que hacia mí camina por las calles de Acoro.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Reentré

Desde la parte de atrás, donde no ha querido sentarse nadie, el viejo recita rimas facilonas, y su grave voz se confunde con los estertores de un motor que agoniza en la sinuosa carretera. A pesar del aún sofocante calor, va exageradamente abrigado, como si, a falta de maleta, llevara el equipaje puesto. La humedad ha atrapado los olores de sudor, vino y desesperanza en los tejidos, y el calor evapora la mezcla, de la que huyen los demás viajeros.
Hace rato que escucho su profana poesía, que por caprichosa coincidencia, relaciono con los acontecimientos vividos el último año. Me defiendo con mi natural escepticismo, pero, inexplicablemente, la casualidad me turba. Me giro, y la vieja cara me ofrece una joven sonrisa de barba cana. Disimulo. Cierro los ojos dispuesto a dormir el resto del trayecto pero mi cabeza soporta el traqueteo contra el cristal y el mantra del viejo que no calla. Se me revuelven los recuerdos y se altera la historia, en una mixtura imposible de almas y eventos, y me veo hablando con personas que no están, y me veo callado con personas que sí están. Entonces el reflejo del cristal devuelve mi imagen que pide que se calle, y la carretera, compasiva, me regala un tramo recto al que acompaña el canto del conductor anunciando la llegada.
Cuando me levanto, ya no queda nadie en el coche, ni siquiera el viejo al que no veo, como al resto, abrazar a la familia que espera. Desde lo alto de las escalerillas que me provocan un injustificado vértigo, veo la misma ciudad que recorreré, con las mismas o distintas ropas, con las mismas o distintas compañías, para vivir las mismas o distintas vidas. Inspiro y temo que mis piernas sucumban a la metálica gravedad, pero una vez más me sorprende la fortaleza, ésa que me empuja hacia los objetivos planteados, y que, como por una benévola conjunción de fuerzas ajenas, logro.
Bajo. Primero uno y luego otro, mis pies pisan Acoro.