Vivir consiste en construir futuros recuerdos (Ernesto Sábato)
Recordar consiste en construir pasadas vivencias (Josef Manwell)

sábado, 14 de agosto de 2010

De la rentabilidad

La señora Bony estaba enojadísima. Los clientes de su pensión tendrían que renunciar a los exquisitos postres con los que ella concluía sus adorables menús caseros.
La pensión “La Bony”, probablemente la más limpia de la ciudad de Acoro, se encuentra en el barrio de Los Filántropos, y en ella se pueden recordar sabores que transportan a momentos pasados. Ignoro si son las características del pequeño comedor o el modo en que sus veloces manos manipulan los alimentos, pero el aroma que se respira en ese lugar posee un efecto sedante que apacigua todo tipo de apetitos. Se jacta de preparar los platos sólo con alimentos recogidos de la huerta o la lonja, y de conocer todos los secretos de la cocina tradicional, pero admite que la repostería no se cuenta entre sus habilidades. Sostiene que hubiera aprendido de no ser por la presencia, hasta hace poco, de la confitería “La Flor” en la parte trasera del mismo edificio, en la Plaza de las Penas.
La fachada de esta confitería, que maquiavélicamente estaba pintada color cacao y adornada con elementos plateados, recordaba a una enorme tableta de chocolate, cuyas cuadradas ventanas semejaban onzas que algunos niños eran incapaces de no babear. Siempre había ofrecido una variedad de surtido que hacía imposible no sucumbir a la tentación, pero, en los últimos años, los propietarios decidieron suprimir los pasteles con menos salida. De este modo, decían ajustarse a los gustos de la mayoría y reducir costes sin arriesgarse a probar nuevas fórmulas. La oferta disminuyó de tal manera que dejó de ser atractiva para las personas que por allí pasaban y los niños ya no ensuciaban los cristales. A medida que disminuían los ingresos por la falta de clientes, los propietarios reducían gastos suprimiendo los dulces con menos aceptación, hasta el momento que sólo quedó uno, al que llamaron como el negocio: La Flor. La gente se acercaba a la confitería sabiendo lo que allí le esperaba y cuando llegó el otoño, como helada por una temprana escarcha, la flor se marchitó, y los dueños cerraron el negocio heredado de varias generaciones.
Me lo contaba mientras servía la desproporcionada ración sobre mi plato –yo le voy a poner color a esa delgada cara, Sr. Manwell- y deseaba que tras la comida, saboreara sus, recién aprendidas, dulces recetas.

viernes, 13 de agosto de 2010

Haiku de Verano

Negra ceniza
que aún no esconde
el rojo fuego