En Acoro tenemos
un puente sobre un cauce seco. ¡Vaya peculiaridad!, dirán ustedes. Seguro que
no es la única localidad cuyas aguas han dejado de reflejar los acontecimientos
cotidianos y de contarlos en la desembocadura de un mar enfermo.
Pero este caso
es diferente. No fue la sed de una tierra castigada la que engulló con ansia el
líquido. A no más de tres metros de la finalización del puente, discurre,
oscuro y pesado, el caudal del Lumia: el río que nace en el monte Gorzu y
serpentea por su ladera, cortando la ciudad en dos mitades tan diferentes como
dos hermanos.
Fue el
consistorio quien decidió la alteración de la trayectoria, como el profesor que
corrige el cuaderno de un niño poco aplicado. Y quedó el hueco gris, y las
piedras con formas de caramelo, tristes
y secas.
Con gran boato
se celebró la obra de ingeniería que salvaba el adoptado rio. Pero éste, que
mantenía el espíritu libre de los nacidos en la montaña, no tardó en recuperar
su anterior camino, más largo pero libremente elegido, hacia el mar.
En Acoro tenemos
un puente sobre un cauce seco, y a su lado un caudaloso rio sin puente,
infranqueable. Y por las tardes hay quien se reclina sobre la baranda a esperar
el agua y quien desde la orilla espera que se construya un puente que le
facilite el paso.
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